Competencia, competitividad,
eficacia y productividad son las palabras clave de las sociedades modernas, que
se encuentran inmersas en el torbellino de la producción masiva, las
tecnologías eficientes, la omnipresente informática y la obsesión de ganar más.
Tal frenesí colectivo tiene sus consecuencias en la salud de las personas, como
el cansancio extremo, tanto nervioso como psíquico, del cual no hemos hecho más
que empezar a tomar conciencia.
Y es que llevamos un tiempo viendo cómo una especie de “enfermedad del trabajo”
se extiende en las empresas, y los primeros en sufrirla son, evidentemente, los
más aplicados, los que más responsabilidades tienen y los que más se preocupan
de hacer bien las cosas, así como los más sensibles.
Esta situación puede llegar a minar completamente sus defensas orgánicas, de
manera que sufren un estado de agotamiento emocional que los estadounidenses
denominan Burnout (que se podría traducir como “quemarse”, “consumirse”
o “apagarse”).
El hombre de Cromagnon frente al ordenador
El drama del hombre moderno es
que su cerebro y su sistema nervioso apenas se han modificado en los últimos
cinco milenios, como sin duda tampoco lo han hecho en los últimos dos siglos.
No obstante, ¿tienen algo en común el trabajo que desempeñaban nuestros
antepasados campesinos de 1813 y el que llevan a cabo sus descendientes de 2013
frente al ordenador? “El hombre es un extraño en el mundo que ha creado”, ya
afirmaba a comienzos del siglo pasado Alexis Carrel (Premio Nobel de Medicina
en 1910), quien aun no conocía la televisión, los ordenadores ni los teléfonos
móviles.
¿Qué diría entonces Carrel hoy, ya en el siglo XXI? Insistiría en su afirmación
con mayor convicción aún. Todos valoramos la eficacia de los medios de
comunicación modernos, pero nos olvidamos de que aumentan considerablemente la
presión mental que ejercen sobre cada individuo.
Hoy en día, en su trabajo le será prácticamente imposible escapar de las
múltiples demandas que le desconcentrarán de improviso y le obligarán a pensar
en mil cosas a la vez. Como consecuencia de esa presión, se le olvidarán
algunas cosas, por lo que se sentirá aún más estresado, sufrirá ansiedad cuando
cometa un error y le abordará un siniestro sentimiento de culpabilidad que
terminará por agotar de manera prematura su sistema nervioso.
Si usted es joven y su salud es buena, lo llevará más o menos bien, pero a
medida que vaya cumpliendo años le será cada vez más difícil aguantar. Y sin
embargo, las actuales condiciones económicas y sociales (la globalización, el
aumento de la esperanza de vida y el consiguiente envejecimiento de la
población, etc.) conducen de forma inexorable a retrasar la edad de jubilación.
¿Cómo es posible entonces llegar a conciliar ambos imperativos contrapuestos?
Pero ese agotamiento nervioso prematuro choca con la necesidad de trabajar
durante más años.
Las empresas, entre la espada y la pared
El síndrome de Burnout
será el mayor problema al que se enfrenten las empresas en relación a sus
trabajadores de aquí a 20 años, como ya empieza a serlo. Y para la Seguridad
Social, que ya está bastante “tocada”, significarán más costes a consecuencia
de las bajas laborales que tendrá que asumir.
Algunas empresas ya están haciendo frente al problema, aunque son mayoría las
que o bien no les preocupa, o lo ven como inevitable o algo fuera de su alcance
o creen que es suficiente con “rejuvenecer” al personal.
El doctor François Baumann, en su obra titulada “Burn out, quand le travail
rend malade”(Burnout, cuando trabajar enferma) -Éditions Josette Lyon-,
escribe: “La paradoja es que la persona `quemada´ no ve con claridad las
consecuencias de su estado: aún no es consciente de sufrir una patología;
seguirá trabajando a un ritmo vertiginoso, incluso acelerado en comparación con
el ritmo al que está acostumbrado... pero de manera ineficaz, lo cual reforzará
su desmotivación general”.
Y es que es precisamente la desmotivación lo que amenaza al trabajador que
sufre esta patología, el cual observa con impotencia que esforzarse más no
sirve para conseguir mejores resultados, sino lo contrario. O lo que es peor,
recurre a otras escapatorias: tabaco, alcohol, drogas, somníferos, antidepresivos,
etc. para huir del problema sin resolverlo. De esa forma, es posible que caiga
en la adicción, cuyos perjuicios se sumarán a su agotamiento, y la persona se
verá atrapada en una situación insoportable de la que no podrá salir.
Un estudio llevado a cabo por el IFAS (Instituto Francés de Acción contra el
Estrés) entre 13.000 encuestados puso de manifiesto que el estrés constituye
hoy en día un importante elemento de riesgo para la salud en uno de cada cinco
hombres y una de cada tres mujeres. Es inevitable, pues, preocuparse por la
rápida y previsible evolución de los trastornos físicos (cansancio, insomnio,
dolor de cabeza, mareos, trastornos musculares y digestivos…) y psíquicos
(falta de entusiasmo, insatisfacción, depresión…) que lleva aparejados. Si no
hacemos nada, nos expondremos a una explosión en las próximas décadas.
Todos los investigadores lo ven claro: el maravilloso desarrollo de la
informática y las nuevas tecnologías ha aumentado de forma considerable la
presión casi permanente sobre el sistema nervioso de los usuarios. Es el
conjunto de la sociedad moderna la que sufre dicha presión, pues está sometida
por completo a un tipo de “comunicación” cada vez más invasiva.
Tras lo que en principio parecía algo que proporcionaba más libertad, poco a
poco se ha tornado en una suerte de esclavitud de la informática, de la que
tomamos conciencia demasiado lentamente, para intentar hacerle frente antes de
que los problemas de salud que genera se vuelvan catastróficos.
La multiplicación de las agresiones
La expansión de la informática
no se presentó de forma inmediata como un peligro, sino todo lo contrario. La
naturaleza, en cierto modo “mágica”, de las posibilidades técnológicas que
ofrecía maravilló y fascinó a todo tipo de usuarios. La facilidad de uso tras
una breve formación, la rapidez y eficacia de su funcionamiento, se percibieron
como un progreso de gran importancia, así como un factor decisivo para el
aumento de la productividad, reforzado por una especie de “diversión”, de todo lo
cual pronto tuvimos que desengañarnos.
Y es que, aunque la trinidad formada por el teclado, el ratón y la pantalla,
sustituida cada vez más por las pantallas táctiles, no podría ser más atractiva
(como podemos constatar, especialmente entre los adolescentes), somete a
nuestros organismos de forma insidiosa a una dependencia total a la máquina, lo
cual acarrea consecuencias devastadoras. Éstos son algunos de los perjuicios
que provoca, y de los cuales a menudo no somos conscientes:
- El ordenador inmoviliza el
cuerpo en una posición fija que limita el movimiento de los miembros, lo
cual perjudica a los músculos, a los huesos, a la circulación de la sangre
y al tránsito intestinal.
- El ratón deja la mano
inmóvil y la obliga a realizar movimientos bruscos repetitivos y
antinaturales, mientras que el teclado hipersensible, diseñado para
favorecer la rapidez de los gestos, crea una fatiga neurológica constante.
- La pantalla “hipnotiza”
literalmente la mirada, limita por completo nuestro campo de visión y restringe
de forma abusiva su alcance, lo que disminuye poco a poco sus facultades
de adaptación a la línea del horizonte y puede crear miopía. A todo eso se
suma la permanente fatiga de los ojos, causada por la luminosidad directa.
Ni que decir tiene que todos
esos perjuicios se ven agravados cuando las exigencias profesionales de cada
uno requieren que las tareas se ejecuten a gran velocidad. Con lo cual, tanto
nuestra mente como nuestro sistema nervioso sufren una presión psicológica
intensa, lo que en casos extremos y en las personas más frágiles puede conducir
a un desarreglo total del metabolismo y de las facultades de adaptación.
De hecho, si las actividades de este tipo se mantienen durante varios años, el
progresivo deterioro de la salud es casi inevitable. Si el organismo es joven,
puede soportar la presión y adaptarse. Sin embargo, al avanzar en los años (en
torno a los 40 de media), las defensas se ven desbordadas y comienza el
agotamiento nervioso.
¿Qué remedios hay?
Recurrir a los ansiolíticos y los antidepresivos es
un error porque, aunque parezca que pueden ayudar de forma pasajera, puede
acostumbrarse a ellos y además no resuelven el problema en absoluto. Las únicas
soluciones son de dos tipos: las que dependen de la empresa en la que cada uno
trabaja y las que dependen de la persona, sin excluir la interacción entre
ambas, que sería lo aconsejable.
Hoy en día, es indispensable que las personas con trabajadores a su cargo
entiendan que el bienestar físico y mental de éstos es la base de su productividad.
La enorme presión psicológica que genera la informática y su inmediatez (sin
mencionar los peligros asociados a las ondas electromagnéticas de los
ordenadores y de los teléfonos móviles) hace que sea necesaria una organización
funcional de los puestos y de los horarios en las empresas, para así hacer
posible que cada trabajador pueda tomarse un respiro, relajarse, “recuperarse”
y distanciarse de vez en cuando de la sobrecarga emocional y psicológica de su
entorno.
Todos necesitamos espacio, silencio y calma. Asimismo, es indispensable que los
puestos de trabajo estén adaptados desde un punto de vista ergonómico. El
trabajador debe disponer del máximo confort ya que, lejos de ser un lujo, se
trata de un factor fundamental para la eficiencia y la productividad, así como
una buena forma de evitar el absentismo. Por tanto, tiene ventajas tanto para
el trabajador como para la empresa.
En lo que se refiere al trabajador en sí, debe saber distribuir sus fuerzas,
aprender a relajarse buscando la manera de hacerlo varias veces a lo largo de
la jornada, y aprovechar la mínima ocasión para moverse (por ejemplo:
levantándose de vez en cuando a llevar un papel en la oficina, o a recogerlo de
la impresora). Lo ideal sería no permanecer sin moverse frente al ordenador más
de 30 minutos. El hecho de levantarse y caminar un rato, aunque solo sea dos
minutos, tiene consecuencias mucho más positivas de lo que pensamos.
Si los directivos de la empresa no son capaces de realizar las adaptaciones
necesarias y si el trabajador no consigue reducir a su vez los efectos nefastos
de la presión excesiva que padece, no le quedará más remedio que cambiar de
vida y de trabajo. Por supuesto, del dicho al hecho hay un trecho, pero en
algunas situaciones insostenibles, es la única forma de salvar nuestra salud,
elemento primordial para nuestra felicidad y que nunca debe sacrificarse.
Pierre Lance
Escritor, periodista y filósofo. Autor de una veintena de libros.
